"Retiré la suave cobija que me cubría, una sábana sedosa y una ligerísima pero acogedora manta beige, y quedé desnuda."

Todavía quedaban más de seis horas de vuelo. Las tres primeras no habían estado mal: impredecibles pero motivadoras. Los chicos se fueron a la cabina de mandos y las chicas nos habíamos subido a la zona de Gran Clase. Una discreta escalera enmoquetada nos llevó directamente a un compartimento realmente agradable, de colores cremas con pequeños detalles en azul y seis inmensas butacas que podían convertirse en camas de ochenta centímetros. Un bar perfectamente equipado ocupaba todo el fondo posterior mientras que delante, una ventana especial, apaisada, dejaba ver el cielo. A los lados, las convencionales escotillas semicerradas.
Ocupé una poltrona que abrió Macarena y me acosté. Me sentía cansada, con necesidad de dormir un rato. Nada más conseguir la penumbra necesaria, tras cerrar la ventana frontal, casi sin darle tiempo a Macarena de salir, perdí la noción del tiempo y del espacio. El sonido de los motores, bastante amortiguado, es lo último que recuerdo.
Al despertar, todo seguía lo mismo. Al lado de mi mano derecha un botón blanco rotulado "azafata" se encendió al pulsarlo. En menos de un minuto subió Celia, la sobrecargo, exultante, atractiva, casi hiriente en su frescura, su belleza, su olor y la rotundidad de su cuerpo.
- Buenas tardes, querida. ¿Cómo estás? Te hemos echado de menos. ¿Sabes cuánto has dormido? Seis horas. Dentro de unos minutos Sergio anunciará que comenzamos el descenso al aeropuerto de John Fitgerard Kennedy. ¿Te apetece algo? Si quieres, puedes ducharte. Aquí mismo, en el baño de esta planta, o en el de abajo, que ya conoces. He venido yo en lugar de Maca, que está ayudando a retirar los complementos y bandejas en Turista. Espero que no te importe.
Mientras hablaba se había acercado, cariñosa. Me acariciaba el pelo y la cara y, un par de veces me besó suavemente en los labios. Esa mujer me gustaba tanto o más que Maru. Me sentía excitadísima y feliz, pero deseosa de descubrir sus secretos. Macarena también me interesaba pero de otra forma. Su coño rasuradísimo y obsceno, con la desnudez agresiva que presentaban las ninfas grandes y colgando y el pequeño clítoris marcando el inicio de su raja, me ponían extremadamente nerviosa, pero todavía no se si me gustaría realmente, aunque su olor me había resultado sumamente excitante cuando lo tuve a la altura de mis ojos, mientras le comía la cabeza al cocodrilo de Fernando. ¡El cocodrilo! Nunca se me olvidó el calificativo que le dio César y que tan ajustado era a la realidad. Os juro que si en un momento dado se hubiera partido y abierto unas fauces dentadas, no sólo no me hubiera extrañado sino que le hubiera comido la boca de la misma manera que succioné el único ojo de su gran cabeza.
Retiré la suave cobija que me cubría, una sábana sedosa y una ligerísima pero acogedora manta beige, y quedé desnuda. Espléndidamente desnuda, la verdad. Y Celia no fue en absoluto inmune a lo que le mostraba. Mas bien todo lo contrario, pues se puso repentinamente seria y mirándome fijamente me acarició delicadísima y lentamente todo el cuerpo, pero deteniéndose en donde más me gustaba, en el centro de mí, en el punto exacto en donde mi existencia había situado el intransferible péndulo de Foucault que ordenaba mi vida, que dirigía mis acciones con un vaivén matemático y preciso, siempre encaminado a la búsqueda del placer, a la satisfacción de mis deseos más constantes e irrenunciables.